1-Corintios 6, 1 - 20

NO LLEVEN A LOS TRIBUNALES A SUS HERMANOS EN LA FE

[1] Cuando alguien de ustedes tiene un conflicto con otro hermano, ¿cómo se atreve a ir ante jueces paganos en vez de someter el caso a miembros de la Iglesia? [2] ¿No saben que un día nosotros, los santos, juzgaremos al mundo? Y si a ustedes les corresponde juzgar al mundo, ¿serán incapaces de juzgar asuntos tan pequeños? [3] ¿No saben que juzgaremos a los ángeles? ¿Y por qué no, entonces, los problemas de cada día? [4] En esos asuntos deberían poner de jueces a los últimos de la comunidad. [5] ¡Qué vergüenza! ¿Así que entre ustedes no hay ni un solo entendido que pueda hacer de árbitro entre hermanos? [6] Pero, no; un hermano demanda a otro hermano y lleva la causa ante paganos. [7] De todos modos ya es una desgracia que haya entre ustedes pleitos, pero, ¿por qué mejor no soportan la injusticia? ¿Por qué no aceptan perder algo? [8] ¡Al contrario! ¡Son ustedes que cometen injusticias y perjudican a otros, que además son hermanos! [9] ¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se engañen: ni los que tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales y los que sólo buscan el placer, [10] ni los ladrones, ni los que no tienen nunca bastante, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los que se aprovechan de los demás heredarán el Reino de Dios. [11] Tal fue el caso de algunos de ustedes, pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu de nuestro Dios.

SOBRE EL LIBERTINAJE SEXUAL

[12] Todo me está permitido, pero no todo me conviene. Todo me está permitido, pero no me haré esclavo de nada. [13] La comida es para el estómago y el estómago para la comida; tanto el uno como la otra son cosas que Dios destruirá. En cambio el cuerpo no es para el sexo, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. [14] Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder. [15] ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Puedo, entonces, tomar sus miembros a Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡Ni pensarlo! [16] Pues ustedes saben muy bien que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella. La Escritura dice: Los dos serán una sola carne. [17] En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. [18] Huyan de las relaciones sexuales prohibidas. Cualquier otro pecado que alguien cometa queda fuera de su cuerpo, pero el que tiene esas relaciones sexuales peca contra su propio cuerpo. [19] ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos. [20] Ustedes han sido comprados a un precio muy alto; procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.

[1] Llevamos las riquezas de Dios en «cántaros de barro» (2 Cor 4,7). ¡Cuán lejos está nuestra vida diaria de lo que pretendemos ser! ¿Somos realmente hijos de Dios renacidos por el Espíritu? ¿Qué piensan de ello los miembros de nuestra propia familia?; ¿qué piensan de ello nuestros vecinos del barrio? Pablo no puede más que mostrar la contradicción entre el menosprecio de los creyentes a la falsa «justicia» de este mundo, su renuncia a los bienes de este mundo, y el hecho de tener luego pleitos entre ellos. ¿Qué hacer? ¿Arreglar sus diferendos como lo indica el Evangelio (Mt 18,15), en la medida en que hay realmente comunidad? ¡Qué hermoso sería seguir el Evangelio al pie de la letra, como está expresado en Mt 5,40!

[12] Todo me está permitido. Estas palabras seguramente Pablo las había dicho, pero algunos las repetían para justificar su mala conducta. Por eso Pablo completa y precisa lo que había dicho: pero no todo me conviene. La comida es para el estómago. Sin duda que también se repetían estas palabras para decir que el libre uso del sexo era algo muy natural. Pero Pablo inmediatamente agrega: el cuerpo es para el Señor. Pablo, pues, distingue entre lo que es puramente biológico en el cuerpo y lo que pone en juego a toda la persona humana. Beber y comer son necesidades del «estómago» (ahora se diría: del «cuerpo»). Pero, en la unión sexual, dice Pablo, uno entrega su «cuerpo» en el sentido hebraico de la palabra, es decir, su misma persona. Por esta razón, los que pertenecen a Cristo no pueden darse a una prostituta. Pablo se topa aquí con el mismo problema que lo había llevado a intervenir en 1 Tes 4. Para los judíos, el criterio de toda la moralidad se hallaba en los mandamientos de la Ley; pero nadie se preguntaba hasta qué punto esos mandamientos reflejaban un orden eterno, o si más bien eran la manera de pensar de un tiempo o de una cultura. Era pecado todo lo que la Ley, interpretada por la comunidad religiosa, condenaba. Pero los griegos, los paganos, no reconocían esa Ley. Pablo recuerda los mandamientos en materia sexual (5,11 y 6,10; Ef 5,3) como lo había hecho Jesús (Mc 7,21), pero se cuida muy bien de constituirlos en el único criterio de lo que es bueno y malo. Para él, lo que obliga al cristiano a controlar e incluso a frenar muy fuertemente el ejercicio de la sexualidad, es su vida «en Cristo», una vida que responde a un llamado de Dios, más que obedecer a las solicitaciones de la naturaleza. La manera de responder de Pablo nos interesa particularmente hoy, en que la moral está en crisis. Desde hace siglos, por necesidad, la sexualidad fue vista en primer lugar como el medio para procrear; a partir de ahí se buscó cuál era la ley natural que ordenara el sexo, el placer y la procreación. Pero en la actualidad la unión no es en primer lugar para procrear, incluso cuando la procreación es deseada. La evolución cultural y la promoción de la mujer han hecho de la unión sexual, para un número cada vez más grande de matrimonios, el lugar de una relación humana excepcionalmente profunda. Al mismo tiempo, la liberación de las personas -y la de las mujeres, que son las que llevan todo el peso de la maternidad-, ha puesto en duda las normas morales anteriores, que ahora nos aparecen muy ligadas a un tiempo y a una cultura. Los diversos países han debido, quiéranlo o no, aceptar el sexo prematrimonial, incluido el de los adolescentes, la homosexualidad, el aborto decidido por la madre, la elección de la maternidad sin matrimonio. Los cristianos no pueden dejar de plantearse los mismas interrogantes que sus contemporáneos. Sostener a cualquier precio que existe una ley natural válida para todos, limitando la sexualidad a la procreación, y únicamente dentro del matrimonio, significa hundirse en discusiones sin fin y bien poco convincentes. Habrá, pues, que hacer lo que hizo Pablo: sin olvidar las leyes escritas ya en el Antiguo Testamento, reconocidas por los apóstoles y la tradición de la Iglesia hasta nuestros días, habrá que decir que la conducta sexual del cristiano obedece en primer lugar a una lógica de la fe en Jesucristo. Ya no se trata tanto de definir lo que es «bueno» o «malo», sino de mostrar a dónde debe llevarnos el ejercicio y la experiencia del amor y de la sexualidad. Proclamar principios morales sin poner de relieve en primer lugar la dignidad eminente de nuestra humanidad creada a semejanza de Dios, y luego consagrada a Cristo por el bautismo y la conversión, es querer recoger frutos sin antes haber plantado el árbol.

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