Filipenses 2

IMITEN A JESÚS HUMILDE

[1] ¿Puedo pedirles algo en nombre de Cristo, hablarles del amor? ¿Han recibido el Espíritu y son capaces de compasión y ternura? [2] Entonces denme esta alegría: pónganse de acuerdo, estén unidos en el amor, con una misma alma y un mismo proyecto. [3] No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo. [4] No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por los demás. [5] Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús: [6]El, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, [7] tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, [8] se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. [9] Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, [10] para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, [11] y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre. [12] Por tanto, amadísimos míos, que siempre me han escuchado, sigan procurando su salvación con temor y temblor; y si lo hicieron cuando me tenían presente, háganlo más todavía cuando estoy lejos. [13] Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle. [14] Cumplan todo sin quejas ni discusiones; [15] así no tendrán falla ni defecto y serán hijos de Dios sin reproche en medio de una raza descarriada y pervertida. Ustedes son luz en medio de ellos, como las estrellas en el universo, [16] al presentarles la palabra de vida. De ese modo me sentiré orgulloso de ustedes en el día de Cristo, porque mis esfuerzos y mis afanes no habrán sido inútiles. [17] Y aunque deba dar mi vida por la fe de ustedes, que vale más que cualquier celebración y sacrificio, me siento feliz y me alegro con todos ustedes. [18] Y también ustedes han de sentirse felices y alegrarse conmigo.

LOS ENVIADOS DE PABLO

[19] El Señor Jesús me da la esperanza de que pronto les podré enviar a Timoteo, y será para mí un consuelo que pueda tener por su intermedio noticias de ustedes. [20] De hecho, no tengo a ningún otro que se preocupe tanto como él por sus problemas. [21] Todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús. [22] Pero Timoteo, como saben, ha dado pruebas, y como un hijo al lado de su padre, ha estado conmigo al servicio del Evangelio. [23] Por eso pienso enviárselo apenas vea claros mis problemas. [24] Por lo demás, tengo confianza en el Señor que pronto podré ir personalmente. [25] Me pareció necesario devolverles a nuestro hermano Epafrodito, que trabajó y luchó a mi lado, y al que ustedes enviaron para que atendiera mis necesidades. [26] En realidad, él los echaba mucho de menos y estaba preocupado al saber que ustedes estaban al tanto de su enfermedad. [27] Es cierto que estuvo enfermo y a las puertas de la muerte, pero Dios tuvo piedad de él y también de mí, ahorrándome penas sobre penas. [28] Por eso me apresuro en mandárselo, para que tengan la alegría de verlo y yo mismo quede más tranquilo. [29] Celebren, pues, alegremente su llegada, como conviene en el Señor, y estimen mucho a personas como él, [30] que casi murió por la obra de Cristo. Pues no escatimó sacrificios para servirme personalmente en nombre de todos ustedes, que no los tenía a mi lado.

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[1] Con frecuencia la unidad se apoya en el sentimiento de ser los mejores, los más poderosos, o de estar amenazados por otro grupo. ¡Cuántos grupos religiosos sacan de ahí su fuerza, su disciplina, los esfuerzos y sacrificios que piden! Esto mismo se da también en los cristianos, pero eso no debiera ser así, pues somos de otro espíritu (Lc 9,55). En nosotros la unidad tiene que ser el resultado de mucha humildad y comprensión de unos con otros. Pablo nos entrega aquí el secreto de la convivencia cristiana: buscar lo que es humilde y no hacer nada por rivalidad o por vanagloria. Luego, en un himno que es como una profesión de fe, Pablo propone el ejemplo de Cristo, que siendo Dios se hizo hombre, siendo rico se hizo pobre, siendo el primero se hizo el último, siendo señor se hizo servidor. El Señor Jesús quiso identificarse con los más humildes, los más afligidos y los más menospreciados. Esta actitud de Jesús debe ser también la actitud de sus discípulos. Nuestro deseo de identificarnos con los más humildes, de compartir con ellos, es el criterio de la vida auténticamente evangélica. En eso debemos distinguirnos de la mayor parte de la gente que se interesa principalmente por su realización personal o la de su familia. Estas aspiraciones son legítimas, y sin embargo fueron desvalorizadas por Cristo, por el solo hecho de haber tomado él el camino contrario. No se apegó a su igualdad con Dios: es el misterio del Hijo de Dios que se rebaja haciéndose criatura y que renuncia a la gloria de Dios, que habría podido preservar aún en su vida de hombre. Pasar por la condición humana, sometido al sufrimiento y a sus limitaciones, y luego morir en una cruz, eran los pasos de un camino en que se redujo a nada. Dios lo engrandeció. La humillación y la obediencia de Cristo son la condición de su gloria. Le dio el Nombre, es decir, que le entregó la presencia activa de Dios en el universo. Toda la conducta de Dios sobre el mundo y sobre nuestras vidas pasa ahora por la persona glorificada de Cristo.

[12] Sigan procurando su salvación con temor y temblor. No se trata aquí de miedo. Pablo acaba de recordar el sacrificio de Cristo y saca esta conclusión: fíjense bien donde ponen los pies (ese es el sentido de temor y temblor, como quien lleva una carga frágil). Vivan en la presencia de Dios, sean conscientes de que Dios actúa en ustedes por medio de esos buenos deseos que les vienen a ustedes.

[19] Ordinariamente, las noticias personales se encuentran al final de las cartas de Pablo. Aquí parece que éstas interrumpen el tema de la carta, que proseguirá en 3.1. Pablo anuncia dos visitas a los cristianos de Filipos. Timoteo era el asistente de Pablo, al que confiaba algunas misiones en las comunidades. Aparentemente Timoteo no tenía un temperamento de jefe y podía ser fácilmente humillado por los que no apreciaban la autoridad de Pablo. En cuanto a Epafrodito, que era de Filipos, había dejado su familia, gastado su dinero y enfrentado peligros para ir a ver a Pablo. ¿Se preocupa, acaso, la comunidad de sus miembros más comprometidos y, al mismo tiempo, más desprovistos de recursos? La Iglesia nos propone a veces ejemplos de cristianos activos que han vivido en condiciones precarias y que han sido olvidados por sus hermanos en la fe durante su vida.

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