Hechos. 2, 1 - 47

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LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

[1] Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. [2] De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, [3] y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. [4] Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. [5] Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. [6] Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados [7] y se decían, llenos de estupor y admiración: «Pero éstos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! [8] Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. [9] Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, [10] de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vienen de Roma, unos judíos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias, [11] cretenses y árabes. Y todos les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.» [12] Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello.» [13] Pero algunos se reían y decían: «¡Están borrachos!

» JESÚS ES PROCLAMADO POR PRIMERA VEZ [14] Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: «Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles. [15] No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, [16] sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: [17] Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. [18] En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán. [19] Haré prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. [20] El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. [21] Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. [22] Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen. [23] Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenía dispuesto. [24] Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte. [25] Escuchen lo que David decía a su respecto: Veo constantemente al Señor delante de mí; está a mi derecha para que no vacile. [26] Por eso se alegra mi corazón y te alabo muy gozoso, y hasta mi cuerpo esperará en paz. [27] Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción. [28] Me has dado a conocer los caminos de la vida, me colmarás de gozo con tu presencia. [29] Hermanos, no voy a demostrarles que el patriarca David murió y fue sepultado: su tumba se encuentra entre nosotros hasta el día de hoy. [30] Pero era profeta y Dios le había jurado que uno de sus descendientes se sentaría sobre su trono. Sabiéndolo, [31] se refería a la resurrección del Mesías, viéndola de antemano, con estas palabras: no será abandonado en el lugar de los muertos, ni su cuerpo experimentará la corrupción. [32] Y es un hecho que Dios resucitó a Jesús; de esto todos nosotros somos testigos. [33] Después de haber sido exaltado a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el don que había prometido, me refiero al Espíritu Santo que acaba de derramar sobre nosotros, como ustedes están viendo y oyendo. [34] También es cierto que David no subió al cielo, pero estas palabras son suyas: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, [35] hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.» [36] Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes crucificaron.» [37] Al oír esto se afligieron profundamente y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» [38] Pedro les contestó: «Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de Jesús, el Mesías, para que sus pecados sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo. [39] Porque el don de Dios es para ustedes y para sus hijos, y también para todos aquellos a los que el Señor, nuestro Dios, quiera llamar, aun cuando se hayan alejado.» [40] Pedro siguió insistiendo con muchos otros discursos. Los exhortaba diciendo: «Aléjense de esta generación perversa y sálvense.» [41] Los que acogieron la palabra de Pedro se bautizaron, y aquel día se unieron a ellos unas tres mil personas. LA PRIMERA COMUNIDAD [42] Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. [43] Toda la gente sentía un santo temor, ya que los prodigios y señales milagrosas se multiplicaban por medio de los apóstoles. [44] Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, [45] vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno. [46] Todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían sus comidas con alegría y con gran sencillez de corazón. [47] Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar.

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[1] Han transcurrido nueve días entre la Ascensión y Pentecostés; nueve días durante los cuales la Iglesia primitiva estuvo en oración. De allí viene la práctica de las novenas. La novena más importante es la que nos prepara para la fiesta de Pentecostés, durante la cual suplicamos a Dios que nos dé su Espíritu. Pentecostés era para los judíos una de las más grandes fiestas del año. En su origen había sido una fiesta campesina, pero, en los últimos siglos del Antiguo Testamento se había tomado la costumbre de celebrar en ella el don de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Para esta ocasión, como también para la fiesta de la Pascua, muchos judíos venían en peregrinación a Jerusalén, de todos los países que rodean al Mediterráneo. Había sido durante la Pascua judía, que conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, cuando Jesús había traído al hombre la liberación de la muerte y del pecado; fue, pues, en el día en que se celebraba el don de la Ley en el Sinaí, cuando Dios dio su Espíritu al Israel de Dios (Gál 6,16), a la Iglesia. De este modo tanto en la Iglesia como en Jesucristo, encontraban ahora su cumplimiento todas las realidades del Antiguo Testamento. Cada uno los oía hablar en su propia lengua... Esta expresión, repetida tres veces (vv. 6, 8, 11), nos indica que tenemos aquí una de las claves principales de este relato. El milagro de Pentecostés no reside tanto en que los apóstoles se pusieran a hablar lenguas extranjeras, sino en que todos esos extranjeros escucharan en su propio idioma esta proclamación de las maravillas de Dios. Ese es, pues, el signo de Pentecostés. Otros textos del Nuevo Testamento hacen alusión al «don de lenguas» (H 10,46; 19,6; 1 Cor 12; 14,2-19) pero aquí es Dios mismo quien pone el fundamento de cualquier evangelización. Pues los que son llamados a la fe no tienen que renunciar a su lengua o cultura para entrar en la Iglesia, el nuevo Israel de Dios, como debían hacerlo los prosélitos judíos. Muy por el contrario, Dios quiere ser alabado y bendecido por todas las lenguas y por todas las culturas, ya que así se hará visible, no sólo la diversidad de los miembros en el cuerpo de Cristo (1 Cor 12,12-13), sino también la reunión por su Espíritu de todos los hijos de Dios dispersos (J 11,52).A lo largo de toda su historia, la Iglesia ha estado tentada de olvidar este signo de Pentecostés, al imponer su lengua y su cultura tanto al pueblo nuevo como al ambiente nuevo que evangeliza. Pero también a lo largo de su historia, el Espíritu la ha puesto en guardia contra esa tentación, suscitando apóstoles penetrados del espíritu de Pentecostés.

[14] Esta es la primera proclamación de la resurrección de Jesús. Pedro, consciente una vez más de su responsabilidad en el grupo de los Doce, toma la palabra en nombre de todos. Retoma los textos del Antiguo Testamento: Joel, Salmos, etc. y muestra como se han cumplido en Jesús y en la Iglesia naciente. Derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales (17). Este texto es del profeta Joel (3,1). Antes que viniera Jesús, el Espíritu sólo había sido dado a los profetas. Pero ahora todo el pueblo de Cristo recibe el Espíritu que hace a los profetas, como lo anunciaba Joel. Haré prodigios... El don del Espíritu era uno de los aspectos de un «juicio», es decir, de una crisis excepcional que debía poner fin a la historia. Pedro sostiene que ese tiempo ha llegado y que cada uno debe convertirse para escapar a las catástrofes que amenazan al pueblo pecador (40). Joel prometía la salvación al que invocara el Nombre de Yahvé, es decir, al que hubiere recurrido a su poder divino. Y Pedro habla de creer en el Nombre de Jesús, pues para él no hay duda de que ahora ese poder divino pertenece a Jesús. Pedro amplia el cualesquiera que sean del texto de Joel, pues, ahora, la salvación de Dios es ofrecida a los pueblos extranjeros, de donde han venido un buen número de auditores. Dios lo resucitó. Pedro recuerda cómo Jesús multiplicó en su derredor los testimonios de amor durante su vida pública. A pesar de eso, o más exactamente debido a eso, fue entregado en manos de los paganos: ¡Qué misterio el del rechazo del amor de Dios por el hombre! El profeta Os lo había ya constatado hacía más de 700 años antes de la venida de Jesús (Os 11,1-4). Pero Dios, cuyo amor es más poderoso que nuestro pecado (Rom 5,20), lo resucitó de entre los muertos e hizo de él la fuente de salvación para todos los hombres (vv. 33 y 36).¿Qué tenemos que hacer? Arrepiéntanse. En ese momento, arrepentirse y convertirse significaban compartir la vida de una comunidad que mostraba a toda la nación el camino de la salvación, que era el mismo camino que había señalado Jesús. La Iglesia no se presentó como una religión nueva opuesta al judaísmo, sino como el centro de una vida más auténtica. Aléjense de esta generación perversa y sálvense (v. 40). No se trataba solamente de una salvación espiritual, puesto que toda esa generación estaba perdiendo la oportunidad única que le había ofrecido Jesús de superar la crisis nacional y la opresión romana con poner en práctica el evangelio. Y Jesús les había hecho descubrir el amor de Dios Padre, revelación para la cual los había preparado toda la Biblia. Que cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesús, el Mesías. El bautismo se practicaba entre los judíos como un rito de entrada en una comunidad, en un movimiento; de igual forma, habrá un bautismo para integrarse al nuevo pueblo de Jesús-Mesías, Jesucristo. No es simplemente la inscripción en un registro, sino que además, como prima de entrada, Dios ofrece nada menos que el perdón de los pecados, derribando así todas las barreras que mantenían al hombre lejos de él. Tres mil personas... Esta cifra nos asombra a veces. Es cierto que el arresto y la condena de Jesús desorientaron a las masas, pero todas esas personas que habían seguido a Jesús en Galilea o en Jerusalén no habían desaparecido de un solo golpe. Aun cuando la imagen que habían descubierto de Jesús había sido apagada por las calumnias y el odio de sus enemigos, el fuego, sin embargo, permanecía aún bajo las cenizas y la predicación ardiente y convencida de Pedro reanimó ese fuego de la fe.

[42] Lucas nos da aquí los cuatro puntos fundamentales de la comunidad cristiana de Jerusalén, cuatro puntos sin los cuales no hay Iglesia de Cristo. La enseñanza de los apóstoles: la Iglesia que Jesús fundó para ser testigo de la novedad del reino es una Iglesia "apostólica"; reposa sobre los apóstoles que Dios ha escogido y establecido (Mc 3,13), se nutre de su enseñanza, es decir, de esa palabra de Dios que únicamente la Iglesia puede darnos en su plenitud. La convivencia: la comunidad de la Iglesia debe ser el signo visible de la reunión de los hombres por medio de Jesucristo en el amor; no hay Iglesia ni comunidad de Iglesia sin vida fraterna. La fracción del pan: la Iglesia primitiva designaba con esta frase a la eucaristía, que es el sacramento de la comunión en Cristo, palabra y pan de vida (J 6,34 y 51).Las oraciones: ¿Cómo podrían vivir de otra manera que en la oración, los que han descubierto en Jesucristo el amor del Padre? (Ef 6,18; 1 Tes 5,17).El Espíritu de Jesús nos viene por su palabra y por la eucaristía. Pero, por «palabra», no queremos decir simplemente el estudio de la Biblia para conocer la Biblia. La Biblia nos ayuda a ver como Dios continúa hablando en los acontecimientos actuales, ya sea en nuestra propia vida, en nuestra comunidad o en el mundo. Alegría y sencillez de corazón eran pruebas del cambio que se había operado en ellos: eran personas reconciliadas. Esta no era la alegría simplista que se ve a veces en algunos grupos de cristianos, que no se preocupan de los problemas del mundo. Ni ellos ni sus enemigos podían olvidar que

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